Precedentes

Dalcroze observó que la música exige unas capacidades de ordenación y de construcción, las cuales dependen de un estado interior de equilibrio, de su escala de valores y de cómo se sientan las variaciones de velocidad y pesadez. Entonces sintió la necesidad de crear un sistema educativo capaz de regularizar las reacciones nerviosas del niño, desarrollar sus reflejos y disociar sus ritmos naturales a partir de la música asegurándole la posibilidad de reaccionar sobre cada uno de ellos aisladamente, con el fin de llegar a armonizarlos, aunque fuera inconscientemente, y de luchar al instante e instintivamente contra toda pasajera falta de armonía.

Los ejercicios de la Rítmica de Jaques Dalcroze eran cada uno de naturaleza diferente, pero todos tendían a los mismos fines: reforzar la sensibilidad, regularizar los hábitos motores, crear nuevos reflejos, desvelar las facultades imaginativas y desarrollar el sentido de la construcción equilibrada, cada una de estas ideas apoyada sobre las otras.

De ese modo defendía que se podía pasar insensiblemente y sin teorizar de la música como fuerza ordenadora y vivificadora a la música como lenguaje inefable que conmueve y lleva serenidad al alma, y a la música como arte sublime que exalta nuestro espíritu, todo ello en un ambiente colectivo de estímulo y de emulación entre los niños.